viernes, 20 de marzo de 2015

El Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL, o, en su acrónimo anglosajón, "ISIS), en su intento de crear allá donde aparece un “nuevo comienzo” eliminando cualquier vestigio de patrimonio cultural que vaya contra sus planteamientos fundamentalístas, ha terminado actuando como otros tantos a lo largo de toda la historia de la humanidad. En esta entrada introduciremos el concepto de la “damnatio memoriae” y la tendencia del ser humano a intentar ya no sólo controlar, sino llegar a destruir la herencia de lo pretérito cuando ésta va contra sus intereses.

Tondo con retratos de los Severos:
Julia Domna, Septimio Severo, Geta y Caracalla.
Como puede apreciarse, Geta aparece con
la cara borrada a propósito. 

Fue orden de su hermano, 
 en el momento en el que accedió 
al trono imperial.
Hablar de “Historia” es hablar del pasado, no de cualquier pasado, sino de aquel a través de fuentes de todo tipo puede ser recordado, reinterpretado y reconstruido. El relato histórico se crea sobre testimonios documentales y escritos, y sin estos, es imposible que exista. Son las huellas que en su devenir nos deja del pasado las que permiten reimaginar el camino que a seguido la humanidad, y la desaparición de esas huellas supone la destrucción de cualquier posibilidad de formar parte de nuestra memoria colectiva.

¿A qué viene todo esto? El resumen es claro: Si el pasado no puede probarse, no puede conocerse. Esta verdad encierra un peligro, y es que, como si de un crimen se tratara, borrar las pruebas de que algo sucedió es la mejor manera de aparentar que no pasó nunca. ¿Para qué eliminar el pasado? Como se ha dicho antes, en Historia, lo que no se puede demostrar no existe. Aunque se trate del estudio del pasado, la historia existe a partir de lo que conoce nuestro presente, y el presente se entiende gracias al pasado que conocemos. Si no hay pasado, la facilidad para crear un presente nuevo basado en una distorsión es mucho mayor.

En una de nuestras anteriores entradas se habló de manipulación histórica y como desde el presente el pasado puede manipularse para adecuarse a los diferentes discursos políticos e ideológicos, hoy, tomando como base el genocidio cultural perpetrado por el Estado Islámico de Iraq y el Levante, damos un paso más y hablamos de la destrucción de la historia con propósitos de la misma naturaleza.

El rostro, ahora desaparecido para
 siempre, del toro alado en Nimrud
De un tiempo a esta parte el patrimonio histórico ha adquirido un desgraciado protagonismo debido a otra consecuencia más de la barbarie absoluta que está sacudiendo el Oriente Próximo. En las últimas semanas hemos asistido a la destrucción de Nimrud, Hatra y Dar Sharrukin, antiguas capitales asirias de valor incalculable, mientras que los portavoces del grupo extremista anuncian no tener saciada sus ansias de eliminar el pasado y animan a destruir las pirámides de Egipto desde el razonamiento de que “el hecho de que los primeros musulmanes no lo hicieran no significa que no deba hacerse ahora”.

No entraremos a valorar estos absolutos despropósitos como ya se ha hecho de forma larga y tendida en múltiples medios de comunicación y blogs personales, ni tampoco a comentar y condenar las motivaciones que empujan a que un grupo de personas pueda cometer estos abominables actos, sino a extrapolar estos hechos a un pasado muy y al mismo tiempo no tan remoto, en el que destruir la historia, borrar partes del pasado y eliminar la memoria era algo muy común, y es que el Estado Islámico no ha inventado nada nuevo.

Los propios asirios, ahora víctimas culturales de la barbarie, tuvieron en su día una práctica más que común entre los pueblos de la Antigüedad: eliminar cualquier vestigio del vencido, e imponer sus valores y formas culturales allá donde dominaban.

Se han constatado ejemplos en la civilización egipcia de faraones que, con tal de reafirmar su poder y gloria, hacían olvidar borrando toda huella de sus antecesores, incluso cualquier huella de su nombre.

Retrato de Calígula severamente desfigurado 
Ya en la Antigua Roma era común que tras la muerte de un emperador, si este había sido determinado como una calamidad ya fuera por su sucesor, un usurpador o el Senado mismo, se le realizara una “damnatio memoriae”. Esta locución latina significa literalmente “condena de la memoria”, y se basaba en relegar al olvido más absoluto al personaje que la sufría, haciendo que sus monumentos, inscripciones y cualquier tipo de referencia a su recuerdo fuera eliminado, con tal de que la historia jamás le volviera a prestar atención. Calígula, Nerón, Domiciano y otros tantos habrían sido en su momento relegados a ser borrados de la historia.

Roma no va a ser el único caso donde se de esto, aunque sí es interesante apreciar como algo tan aparentemente vacío como el recuerdo o la memoria se institucionaliza en el Imperio, siendo un recurso al que se le aplica un término concreto, y no como ocurre en la mayoría de ocasiones, donde esta manipulación se hace de forma secreta.

No podemos pensar que fue únicamente en la política donde se dio este caso. La condena al olvido se llega a producir incluso entre los estamentos clericales. Es muy curioso el caso que a finales del s.IX tuvo como protagonistas al papa Esteban VI y a su antecesor, Formoso, en un contexto medieval donde el papado era un elemento más, a veces excesivamente poderoso, dentro de las tensiones políticas entre facciones que existían en el momento. El anterior papa fue desenterrado y sometido, muerto, a un juicio, donde se le acusó de haber cometido una irregularidad que le invalidada como pontífice, por lo que fueron derogadas todas sus disposiciones como jefe de la Iglesia. Los dedos con los que bendecía se cortaron, y su cadáver, arrojado al Tíber, tras decretar el papa Esteban que Formoso nunca tendría que volver a ser considerado un papa. A este juicio se le conoció como “Sinodo del terror” o “Concilio cadavérico”. Tras conocerse los hechos, el pueblo de Roma prendió al nuevo papa y lo estranguló públicamente.

Si continuamos con nuestro recorrido histórico, podríamos hablar perfectamente de lo que ocurrió en Francia a partir de 1789. La Revolución Francesa trajo consigo la caída del Antiguo Régimen, pero los exaltados revolucionarios no se conformaban únicamente con una ruptura con el régimen imperante, sino que decidieron iniciar una nueva época para la humanidad en todos los sentidos. 

Se creó un nuevo calendario, que cambió la disposición y nombre de los meses y los días, y se eliminó cualquier tipo de referencia al cristianismo en las nuevas festividades. El año ni tan siquiera empezaba en enero, sino que lo hacía el 22 de septiembre (1 de Vendémiarie), y estaba basado plenamente en la agricultura. Esta organización del tiempo se mantuvo hasta 1806.

Pero este ejemplo no fue el que de una forma más sobresaliente intentó borrar el pasado. Muy interesante fue, durante la época del Terror, la instauración de un nuevo culto pseudo-religioso que trató de sacralizar la Revolución con la veneración de la Razón y el Ser Supremo, pues, para el propio pensamiento de Robespierre, el ateísmo explícito no era beneficioso.

Pero no creamos que la “damnatio memoriae” es un elemento asociado estrictamente épocas lejanas, y es que es durante la Edad Contemporánea cuando más ejemplos reconocibles podríamos encontrar.

Arriba: Foto original en la que Leon Trotsky
aparece junto a Lenin.
Abajo: Foto manipulada en la que Trotsky ya no está.
Un caso particularmente conocido e interesante es, en el contexto de la Unión Soviética bajo el mando de Iosef Stalin, la eliminación de cualquier tipo de libro, registro o documentación que tuviera como protagonistas a los rivales políticos de este personaje. Bujarin, Zinóviev, o, como caso más conocido, el que tuvo como protagonista a León Trotsky.

España no se libra de estos casos. Uno de los más claros y evidentes será el que se produzca durante la Guerra Civil. Un repaso a la Causa General, ideada y desarrollada por el lado sublevado de la contienda y finalizada con el Régimen franquista constituido en el poder como vencedor, nos da buena muestra de hasta qué punto la manipulación de los hechos y, sobre todo, el olvido de otros no tiene porque ser solamente contrario hacia otros, sino beneficioso para quién motiva este hecho.

En esta entrada hemos visto de forma muy simple unos casos muy concretos, pero un auténtico repaso por la “historia borrada” debido a la manipulación del presente nos daría para crear y mantener durante años un blog nuevo, pues como podemos suponer, incluso hoy día, y no debemos irnos muy lejos, ésto se produce a diario.

El pasado es la justificación de nuestro presente, y por eso, y ya volviendo a la realidad que en este momento se vive en Oriente Próximo por las motivaciones de los grupos radicales, si ISIS busca, en sus máximas pretensiones, la creación de un califato universal y el nacimiento de un estado fundamentalista, necesita profanar, expoliar y devastar el patrimonio histórico de la zona, ya sea destruyéndolo o sacándolo de sus territorios controlados por medio del mercado negro.

Destruir la historia, la memoria colectiva de ese lugar, convirtiéndola en un páramo sin ningún tipo de referente pasado, refuerza la idea de que antes de la llegada de ISIS no había nada, y si lo había, era infiel y por tanto desdeñable. Es a este triste destino al que se pretende conducir a lo que fue conocido como Creciente Fértil y cuna de la civilización.

 “Herejía” es, esta vez, el nombre de la motivación que empuja un proceso nada nuevo. Religión, necesidad política, ambición personal… parece que todo vale en la historia, irónicamente, para acabar intentando borrarla. Y es que sin historia, le pese a quién le pese, carecemos de identidad cultural. O peor todavía, se da lugar a que se cree una distorsionada, manipulada y falaz.



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